La criatura es un ser
dependiente; su poder no reside en sí mismo, sino que su mera existencia es una
deuda que tiene con aquello ante lo que ha decidido postrarse, que es -ante
todo- lo que se basta a Sí mismo (al-Qayyûm). La tradición nos dice que Adán se
engrió al verse creado y que, entonces, Allah le hizo pasar hambre; junto con el
pan, Adán encontró a Allah. Junto con su condición de ser no-autosuficiente, la
criatura establece la religión, esto es, el reconocimiento de que existe algo
que no ha sido creado, de lo que depende que todo -ella misma- se preserve en
el ser.
Una vez acabado el Ramadán, la nueva cita del calendario
musulmán es con el Día del Sacrificio, en el que la tradición recomienda que
cada padre de familia sacrifique un cordero. Ambas celebraciones están
estrechamente relacionadas, no sólo por su cercanía en el tiempo, sino por su
carácter de aprendizaje de una importante realidad material: la necesidad que
tiene la criatura de alimentarse y sus implicaciones espirituales.
En este sentido, el Ramadán nos ha recordado lo necesario que nos es el
alimento y la bebida y, mas allá de la necesidad, nos ha recordado el placer
supremo que supone un bocado de comida o un sorbo de bebida cuando en el iftâr
cada día rompíamos el ayuno de Ramadán. Mientras lo hacíamos, a algunos que
somos proclives a viajar con la mente por las regiones siderales del
Pensamiento, se nos iba la cabeza al milagro imposible de desentrañar que
supone que gracias a ese alimento la criatura se preserve en el ser, lo que es
tanto como decir, que gracias a su alimento la criatura se mantenga como
Manifestación de Allah.
Por eso, es posible que no haya acto tan sagrado para
la criatura como el alimentarse. ¡Hasta tal punto Allah no es un ser ajeno,
distinto, aparte de la existencia, que ‘su trabajo” es realizado por cada una
de las criaturas una vez que éstas ya están en la existencia!... Todo esto ha
sido un aprendizaje posible gracias al ayuno a que nos obliga el Ramadán.
Y, tras el Ramadán, nos
encontramos con la segunda parte de este aprendizaje de sí mismo en el tema de
la alimentación, que recibe el hombre que se ha puesto bajo la protección del
Islam: el Día del Sacrificio.
En el Día del Sacrificio
recordamos lo que cuesta a otros seres vivos el que nosotros nos mantengamos en
la vida. La mayoría de nosotros comemos animales, pero no queremos asumir el
coste de nuestras acciones: la muerte de otros seres. Preferirnos que sean
otros los que hagan el trabajo de matar. Es hipócrita nuestro cerrar los ojos
ante nuestras necesidades.
Y tan necesario (y tan natural) es a la criatura la
muerte de otros seres vivos, como desnaturalizado es que tenga complejo de
culpa por ello. En realidad, es tan absurdo un hombre con complejo de culpa por
comer carne como un león o un tigre atormentado por idénticos escrúpulos de
conciencia. El vegetarianismo es una opción legítima en el Islam, y hasta
significativa de un cierto grado de sensibilidad en la persona. Pero no nos
confundamos: el Islam es la religión del hombre, no la del ángel: la de la
calle, no la del eremita, ese santo virgen y mártir que no mamaba los viernes
del pecho de su madre. No es un Cristianismo que pretende que tengamos unas
necesidades diferentes de las que tenemos y que sólo sirve a los santos,
mientras que al amparo de estos hombres excepcionales se fragua la civilización
más destructiva que jamás se haya concebido.
En el Cristianismo, tras cada
Madre Teresa de Calcuta se han parapetado cientos de miles de cómplices del
Sistema que se dicen cristianos y que a diario son los artífices de una
civilización sin Dios, tras cada Francisco de Asís miles de explotadores del
entorno, como en el futuro tras cada cura obrero o cada teólogo de la
liberación -ahora denostados- se esconderán un sinnúmero de burgueses con sus
prejuicios de clase. El Cristianismo ha dado lugar al Capitalismo por poner las
metas del hombre demasiado lejos de su naturaleza real; así, mientras unos
pocos se dedicaban “a la santidad”, millones con la excusa de que “no todos
podemos ser santos” montaban la más abominable estructura material de una
civilización que ha dado la espalda a lo sagrado.
El Islam parte de la
naturaleza real del hombre y de sus acciones cotidianas, no de cómo debería
ser, porque, en el fondo, querer que las cosas sean de un modo diferente a como
son -a como no pueden dejar de ser- es una forma de shirk, es un creer que
nosotros lo habríamos hecho mejor, es un juzgar el mundo desde la cabeza del
hombre. Allahu Akbar. El Islam es la religión de la bendita sexualidad, la de
la violencia natural (legítima tensión dentro de la sociedad para que no se
corrompa)... es la religión que bendice las necesidades y no la que trata de
abolirlas como si jugáramos a ser dioses y quisiéramos crear el mundo de un
modo diferente. Este mundo es el mejor de los mundos posibles, y ser religioso
en él es tan sólo ser hombre, árbol, cascada, roca... No hay nada especial que
hacer. Basta con ser para ser manifestación de Allah.
El sacrificio de
animales es un buen aprendizaje (para todo aquel que coma carne) de las
consecuencias de sus acciones. Nadie debe estar de espaldas a sí mismo: “El que
se conoce a sí mismo conoce a su Señor”, dice el hadiz. Así que el Islam, una
vez al año, te obliga a saber cuál es el precio de que tú estés vivo, te obliga
a derramar sangre de animal si cotidianamente te alimentas gracias a que eso
ocurra. Algo que aún en nuestros pueblos es un hecho tan natural que no inmuta
a nadie, y que sin embargo hace temblar al ciudadano. ¿Sabéis cuál fue mi
primer pensamiento la primera vez que corté el cuello de un cordero, con esa
mirada limpia y penetrante del que va a ser sacrificado, esa sangre que brota
caliente impregnado su propio cuerpo blanco? Mi primer pensamiento fue: “Tengo
que devolver a la Vida lo que me ha dado.”
En sociedades
tradicionales no se da este tipo de persona que “juega” a no tener sentido en
su vida, no se dan los deprimidos, los suicidas, los que viven en el tedio de
dejar pasar los años... Nosotros, los ciudadanos, encargamos a otros todas las
muertes (leñadores. matarifes, verdugos, soldados...) que nos son necesarias, y
por ello creemos que nuestra deuda está saldada con pagar un dinero por una
mercancía o pagar unos impuestos. No es así. Nuestra deuda con la Vida se salda
sólo compensando con nuestra actividad diaria, nuestra alegría de vivir,
nuestro amor por el mundo, nuestra creatividad, el Arte, la Poesía, la
contemplación de la Naturaleza, digo, compensando con todo ello las muertes de
los seres por las que seguimos estando vivos.
El hombre debe preservar la
Naturaleza, sin excusa, y a sí mismo como parte inmersa en esa Naturaleza. El
hombre no es algo opuesto al Todo, sino parte del Todo. No es ni el Rey de la
Creación, ni un esclavo que tenga prohibida toda injerencia en la propiedad de
su señor.
Puede usar del mundo como lo usan el resto de las criaturas, sin
complejos de culpa, pero con el respeto del que sabe que somos hijos de la
tierra, y el que prostituye a su madre se prostituye a sí mismo.
Los hombres
que viven de un modo tradicional siempre han matado para alimentarse, pero sólo
en la medida que les ha sido necesario y con la racionalización con que lo hace
el que conoce bien la Naturaleza.
Fuente: Verde Islam